En casa vivimos con 2 perros.
Taifa es una loba de 30 kilos y 14 años. Se ha quedado ciega y casi sorda. Y tiene artrosis.
Para que suba las escaleras le tengo que sujetar las patas de atrás y así no le fallen.
Hace lo que sea por no separarse de mí. Ahora mismo, está dormida debajo del escritorio en el que escribo. Incluso cuando me ducho, empuja la puerta del baño y se tumba en la alfombra junto a la bañera.
Por la noche, duerme en el suelo pegada a mi lado de la cama. Pero hay momentos en que se despierta desorientada. Se levanta, consigue llegar al cacharro del agua y bebe.
Y luego se pone nerviosa porque no está segura de dónde estoy. Me busca y jadea.
Entonces me levanto, me acerco, le toco la cabeza y le pongo mi mano para que la huela.
Ella suspira. Su respiración se relaja. Me acompaña a la cama.
Se tira al suelo porque ya no puede tumbarse con la elegancia de antes, y se duerme de nuevo.
A veces, cuando el estrés nos ciega y no nos deja escuchar, cuando nuestra respiración se entrecorta y nuestros músculos se tensan,
solamente necesitamos saber que todo va a salir bien.
Dar un gran suspiro,
volver a situarnos,
respirar con calma
y continuar.
Por favor, cuídate mucho.
Qué hermoso texto. Leer algo tan bello para alguien que ama a los animales como yo, es inmenso. Ellos son grandes maestros, sin duda. Gracias.
Muchas gracias, Analia, por leerlo y comentar.
Hermoso saber de personas que aman a los animales de esa manera, también tuve mi Taifo y todavía lo añoro.
Es muy útil esta lectura, sobre todo en estos tiempos. Gracias nos devuelve un poco la seguridad!
Me da mucha satisfacción que te guste, Silvia.
Muchas gracias por leerlo.