Hace algunos meses que me he interesado por la jardinería. Hemos llenado la azotea de macetas de todo tipo y estamos cultivando cualquier cosa de la que encuentro semillas.
Albahaca, espinacas, lechugas, orégano,…
En mi barrio hay tradición de cultivar en las azoteas, pero cosas que se fuman. Yo, de momento me quedo en los comestibles.
La verdad es que no es muy buen negocio que digamos. Si sumas el precio de las semillas, más la tierra, más el agua, más el tiempo que le dedico, es mucho más rentable ir al mercado.
También es verdad que da satisfacción comer algo que has cultivado tú mismo.
Pero el valor, la verdadera enseñanza, la rentabilidad, está en otro lugar.
Lo que me movió a empezar a hacerlo fue la idea de poner algo de verde en la azotea.
Color, vida, alegría.
Eso me impulsó a comprar semillas, macetas, tierra, a pasar una tarde plantando y ordenando la azotea.
Pero cuando acabó la tarde, lo único que tenía era un montón de macetas llenas de tierra. Muy bien ordenadas, eso sí.
Pero el color que se veía era MARRÓN. Ni rastro del verde.
Y durante días o semanas subí cada mañana regar aquellos montones de tierra que parecía que nunca iban a dar nada.
Con el tiempo empezaron a aparecer los primeros brotes verdes.
No todas las semillas brotaron. Unas tardaron más, otras tardaron menos.
Al final brotaron más lechugas de las que podía comer. Incluso crecieron cosas que ni siquiera había sembrado.
Perejil y tomates brotaron de la nada.
Unos llegan, otros no. A veces incluso llegan cosas que no esperamos.
Sembrar y regar y regar y regar y regar y regar
luego recoger.
Un abrazo
Octavio Tejera
[et_bloom_inline optin_id=”optin_1″]