Cuando empecé a gestionar personas me dieron la instrucción de actuar con mano dura. Yo eso no sé cómo hacerlo, así que lo hice a mi manera.
El equipo que me encontré estaba bastante desestructurado. No se llevaban bien entre ellos y muchos estaban descontentos con la empresa y con el papel que tenían en ella.
Yo no tenía ni idea de liderazgo, ni siquiera sabía que eso existía. Lo que sí sabía es que las moscas se atrapan con miel y eso sí sé cómo hacerlo.
Me pasaba horas hablando con ellos. Les preguntaba sobre cualquier cosa: sus aficiones, sus hijos o qué les gustaría hacer cuando se jubilaran.
También les pedía que me enseñaran a hacer su trabajo. Les preguntaba qué necesitarían para poder trabajar más cómodos y les conseguía sobre la marcha lo que pedían.
En esas conversaciones también les contaba lo que la empresa quería de nosotros como equipos, qué resultados teníamos que conseguir y comentábamos sobre las rutinas que nos podían facilitar que lo consiguiéramos.
No te voy a decir que obré el milagro, pero sí te digo que en poco tiempo el ambiente mejoró.
Casi todos se mostraban muy colaboradores y los que no, empezaron a sentirse fuera de sitio.
Más adelante aprendí que liderar no es tener control sobre los demás, sino tener la habilidad de persuadir para colaborar en un objetivo común.
Y para persuadir tenemos que cambiar creencias.
Y para cambiar creencias tenemos conectar.
Y para conectar tenemos que conocer.
Y para conocer tenemos que empatizar.
Y después de todo eso, para liderar tenemos que ponernos al servicio.
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