Este puente lo pasé en la Isla de La Gomera. La idea era estar relajado. Con mi mujer. Naturaleza, calma, buena comida.
Llegando al aeropuerto recibí una llamada en la que me comunicaban que un trabajo muy importante que debía comenzar el lunes, ni siquiera estaba planificado. Y no había nada que pudiera hacerse hasta el lunes. Todo el que podía ayudar a solucionarlo ya estaba de puente.
Mi primera reacción fue decirme: “Ok, si no hay nada que hacer ahora mismo, voy a disfrutar del viaje y a la vuelta lo soluciono.”
Buena idea, ¿verdad? Suena bonito pero, ¿y eso cómo se hace?
Esa noche no dormí bien. Me venía el pensamiento recurrente de qué pasaría si no conseguía solucionarlo, de qué tenía que hacer el lunes.
Al siguiente día el pensamiento volvía y se iba rápidamente. Y la siguiente noche fue parecida a la anterior.
Mi cerebro me estaba diciendo: “Mientras no decidas cómo te vas a comprometer con este reto, te lo voy a seguir recordando.”
Y es que si algo está en tu cabeza es porque no le has prestado la atención necesaria.
Sé perfectamente lo que tengo que hacer cuando eso pasa, pero me resistía a hacerlo. Me parecía que eso sería permitir que el trabajo entrase en mi tiempo de ocio. Pero evitándolo estaba permitiendo no sólo que entrase, sino que se adueñase de él.
En un momento en el que estaba leyendo un libro y el pensamiento no me permitía terminar un párrafo, por fin reaccioné.
Encendí el ordenador portátil, me fui a mi sistema de listas de tareas, describí el resultado que quería obtener el lunes y las acciones que tenía que hacer para que eso pasara. Buscar una documentación. Hacer tres llamadas. Definir lo que quería conseguir de cada llamada. Listo.
5 minutos.
El pensamiento desapareció.
Lo ideal hubiera sido hacerlo en el aeropuerto, mientras esperaba por el avión. Pero bueno, soy humano.
El lunes, a las 10 de la mañana, el problema estaba resuelto.